El pastor
El parlante empasta el discurso del pastor: no entendés nada. Mejor así, lo que importa es esa alegría que te invade como en los mundiales de fútbol. No cuentan las palabras, se confunden con la fritura del micrófono y los cánticos de la gente que ahora aclama: Je-sús, Je-sús, Je-sús. Querés cantar también, pero te da vergüenza, tenés límites. Cuando el pastor levanta la voz, le sale igualita a la del jefe de la oficina. Te da ese vahído de temor de Dios que traés de la infancia. Creés que la arenga ahora te llama, sí, que dice tu nombre una y otra vez y la emoción te gana, casi sentís que es tu cumpleaños. Será que te adivinan el pensamiento: caen globos del techo. Los chicos se matan por agarrarlos, o les pegan para verlos rebotar. A tu nena se le revienta uno y se pone a llorar. Buscás otro a tu alrededor para compensarla, pero no están a tu alcance. Le das un caramelo del bolsillo, con lo mal que hacen a los dientes, no querés que justo sea tu hija la que empañe el festejo del pastor. La pantalla gigante del antiguo cine proyecta una toma del cielo. El pastor lo señala y su dedo hace que de pronto sea de noche y se disparen fuegos artificiales. Aplaudís con la gente. Estalla a todo volumen una cumbia que antes era de piso de tierra y olor a cerveza. No te la esperabas ahí, convertida en cosa de Dios. Te recordás a plena transpiración, frotándote con alguien del barrio. Te sonrojás como si te hubieran descubierto el punto débil, pero no, mirá que comprensivo, el pastor baila para vos, para que veas que entiende tus impulsos carnales de bajo fondo. Cambiemos, aclama y la gente llora. Se hacen ilusiones de volverse como ellos, impecables, moderados. Él y su mujercita a cara lavada son pura sonrisa. Bailan mal, pobres, les falta ritmo, pero hacen de cuenta que están en tu lugar. ¡Valorá el esfuerzo! Sólo ellos ven el humo y las llamas mientras todos los demás atienden el espectáculo de la fe. Esta es la obra del señor, grita el pastor y la gente no se alarma por el olor a quemado. La pareja divina camina bailando y repartiendo bendiciones mientras el fuego se extiende por las paredes y los fieles aplauden. Te falta el aire, la nena empieza a toser. Solo el pastor y la mujercita logran salir ilesos antes de que el templo se empiece a derrumbar.