El sueño de Narcisa
Duerme destapada, con la persiana baja y la ventana abierta. El ventilador se pasó la noche remando calor, pero ahora la cortina se hincha y baila al ritmo de un viento liviano que se acaba de soltar afuera. Va a llover. No se despierta, al contrario, el fresco la acurruca y la sumerge en el descanso. Se sueña blanda, suave, con una túnica hecha de papel tissue que la acaricia apenas a cada paso. Su cuerpo dormido gime sobre la cama. Los truenos y la lluvia se le meten como banda de sonido. El vestido mojado se le pega al cuerpo y se deshace. Hay una escultura de un tal Schreber con expresión de placer doliente, está desnudo y atado con sogas y dice palabras de tacos altos. Ella le mira la entrepierna y no entiende lo que ve, entonces se le acerca y lo toca. El frío del mármol la excita, querría abrazar y frotarse, pero la escultura se desvanece.
Se alza un arco de triunfo blanco, inmenso. Los truenos son redoblantes de circo que anticipan la osadía. Toma impulso, lo cruza corriendo y con los músculos tensos se arroja al vacío. La velocidad de la caída se detiene, ella queda suspendida en el aire, cada vez más rígida y húmeda. Le crece una pija apretada adentro del cuerpo, no se ve, es sólo para ella. Late y se le pone dura. Aprieta los puños, se penetra fuerte, concentrada y el orgasmo la sacude tanto que la hace despertar.